1. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable” descuidando los necesarios y
habituales controles. Una Curia que no se autocrítica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo. Una ordinaria visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los
nombres de tantas personas....
2. Otra: es la enfermedad del ‘martalismo’ (que viene de Marta), de la excesiva laboriosidad: es decir de aquellos que se sumergen en el
trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús
3. También está la enfermedad de la ‘fosilización’ mental y espiritual. Es decir, aquellos que poseen un corazón de piedra y
‘tortícolis’ (At 7,51-60); de aquellos que, en el camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papeles convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y
no ‘hombres de Dios’
4. La enfermedad de la excesiva planificación y del funcionalismo. Cuando el apóstol planifica todo
minuciosamente y cree que si hace una perfecta planificación las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un contador.
5. La enfermedad de la mala coordinación. Cuando los miembros pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso
funcionamiento y su templanza, se convierten en una orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo.
6. La enfermedad del ‘Alzheimer espiritual’, es decir el olvido de la ‘historia de la salvación’, de la
historia personal con el Señor, del ‘primer amor’ (Ap 2,4). Se trata de una disminución progresiva de las facultades espirituales que en un más o menos largo período de tiempo causa serias
discapacidades a la persona haciéndola incapaz de desarrollar alguna actividad autónoma, viviendo en un estado de absoluta dependencia de sus concepciones, a menudo imaginarias
7. La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria. Cuando la apariencia,
los colores de la ropa o las medallas honoríficas se convierten en el primer objetivo de la vida, olvidando las palabras de San Pablo: ‘No hagan nada por rivalidad o vanagloria, sino que cada
uno de ustedes, con humildad, considere a los otros superiores a sí mismo.
9. La enfermedad de los chismes, de las murmuraciones y de las habladurías. De esta enfermedad ya he hablado en muchas ocasiones, pero
nunca lo suficiente. Es una enfermedad grave, que inicia simplemente, quizá solo por hacer dos chismes y se adueña de la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’.
10. La enfermedad de divinizar a los jefes: es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia.
Son víctimas del carrerismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cfr Mt 23-8.12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo
que deben dar.
11. La enfermedad de la indiferencia hacia los demás. Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las
relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento alservicio de los colegas menos expertos.
12. La enfermedad de la cara de funeral. Es decir, la de las personas bruscas y groseras, quienes consideran que para ser serios es
necesario pintar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y
el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí.
13. La enfermedad de la acumulación: cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales,
no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no podremos llevar nada material con nosotros porque ‘el sudario no tiene bolsillos’ y todos nuestros tesoros terrenos
–también si son regalos- no podrán llenar nunca aquel vacío, y lo harán más exigente y más profundo.
14. La enfermedad de los círculos cerrados en donde la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en
algunas situaciones, a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un ‘cáncer’ que
amenaza la armonía del Cuerpo y causa tanto mal –escándalos- especialmente a nuestros hermanos más pequeños.
15. Y la última, la enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo, cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder
en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que buscan infatigablemente el multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar,
de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas.